1/4/10


Por Mario Díaz

Desde que viajé a Manzanillo por primera vez, le tomé un cariño enorme a esa comunidad y a su gente, a tal punto que me siento tan de allí como de Santo Domingo, donde nací con sangre paterna hainera y materna barahonera.

Llevo colgados del alma los caminos hacia Estero Balsa, el muelle, las majestuosas casas con columnas empedradas y espaciosa ventilación contruidas sobre todo en Los Cerros durante los tiempos de explendor de la Grenada Company, emporio norteamericano que desarrolló en este pequeño poblado la siembra de guineos, retomada por el Proyecto La Cruz-Manzanillo, que ha sido el sello de identidad de los munícipes.

Luego, cuando ingresé al Movimiento Cultural Universitario (MCU), en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), celebrada creo que en 1985, tuve la oportunidad de viajar por segunda vez a la Primera Semana Cultural de Manzanillo, y ahí conocí entrañables amigos, con los que me une una hermandad hasta hoy, entre ellos Frank Valenzuela y su hermana, Mario (Chi), Moreno y Maritza Ventura, Carlos, Junior, Naíto y Sinín Sosa, Rosa, Anbiorix y Mery Payano, los hermanos Isaías y Cucho, Luis Peña Sosa y su señora madre, quienes me brindaron su hospitalidad, y de modo muy especial con la familia Bejarán Álvarez, por el cariño con que me acogieron don Alejandro (epd) y mi siempre venerada doña Urania, así como sus hijos (Tito, Bin, Moreno, Joaquín y sus hermanas). Leer historia completa en ManzanilloDigital

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