MANZANILLO: “La playa de los dajaboneros”
por Sergio Reyes II
Simplemente soy, como la mayoría de los dajaboneros, uno mas de los que creció escuchando decir a nuestros mayores que, a falta de áreas costeras en el territorio de la provincia, asumíamos como ‘nuestra’ la playa que nos quedaba más cercana. Y de esta forma, con el uso y el disfrute, hasta la saciedad, de una zona costera hermosa y apacible, que no tiene nada que envidiarle a las de otros puntos del país, terminamos creyéndolo a ciencia cierta, y, hoy por hoy, no hay quien le quite de la cabeza a un compueblano la remachada idea de que, en efecto, Manzanillo es nuestra playa, la playa de los dajaboneros.
Por demás, hasta su erección en condición de Provincia, el 20 de junio de 1938, el territorio de Dajabón estuvo enlazado a la provincia Monte Cristi, lo que, en esencia, y por aquello de los ‘derechos adquiridos’ nos deja en plena libertad de seguir considerando a la coqueta playita como ‘nuestra’.
Ni por asomo quiero dar a entender que no apreciemos las múltiples cualidades de otras playas del litoral costero en la provincia montecristeña. Nos gustan todas!! Y ni que decir de la agradable experiencia de un baño en la playa oculta del Morro, luego de escalar este imponente macizo que parece emerger –o hundirse- desde lo más profundo del Atlántico, semejando en el horizonte la silueta de un dromedario recostado.
Pero, las ventajas de la cercanía, el agradable clima y el ‘caché’ de zona de veraneo, la frescura de sus aguas y la hospitalidad de sus gentes, convierten a Manzanillo, sin lugar a dudas, en la playa preferida de los dajaboneros. Y para dejar sellado este sublime maridaje, como en fraguada componenda, nuestros simbólicos ríos Masacre y Chacuey ofrendan sus aguas al Océano Atlántico de cara a la citada población, resguardando los límites de ésta por el Suroeste y el noreste, respectivamente.
Los orígenes de esta acogedora población se remontan a los tiempos del arribo a estas tierras de la expedición encabezada por el Almirante genovés Cristóbal Colón, quien se lanzó a la mar buscando establecer una ruta más efectiva que la terrestre, hacia la India, China y otros destinos de Oriente y Asia que tradicionalmente producían y controlaban el mercadeo de especias, tejidos, esencias y otras mercancías de gran demanda en el ámbito europeo.
La estratégica ubicación de la bahía, la desembocadura cercana de corrientes acuíferas de considerable caudal así como la conveniente conexión, para un rápido y fácil desplazamiento hacia el interior de la isla, despertaron la atención de Colón, quien procedió a evaluar las condiciones del entorno, registrando todo con lujo de detalles en las ‘notas’ de su Diario de Navegación. De igual manera procedió con las áreas colindantes, llegando a explorar los manglares, la península del Morro y la zona en donde se levanta en el presente la ciudad de MonteCristi, bautizada así por el propio ‘Almirante de la Mar oceána’.
Con el paso de los años y el nacimiento de la República, Manzanillo se estableció como una pequeña aldea de pescadores y agricultores, cuyas vidas transcurrían apegadas a la vigilancia del cauce y desembocadura del Río Masacre o Dajabón, cuyo curso define los límites fronterizos entre la República de Haití y la República Dominicana.
El repunte económico y crecimiento urbano de este poblado inicia con el establecimiento en la zona, a partir de 1939 de la compañía Grenada Fruit Company, emporio estadounidense dedicado a la producción y comercialización de bananos con redes en el caribe, centro y Sudamérica.
La pequeña población de Manzanillo fue dotada de una amplia infraestructura que comprendía un puerto con capacidad para atracar buques de gran calado, un circuito ferroviario cuyas redes se extendían desde el muelle hasta las propias plantaciones de bananos (en el área que se conoce en la actualidad como “La Cruz de Manzanillo”), edificaciones administrativas, viviendas para ejecutivos, funcionarios medios y ciertos niveles del personal administrativo, cuartos de máquinas, dispensarios médicos, escuelas, espacios para la práctica de golf y otras disciplinas deportivas, etc.
Fueron aquellos los años dorados y de esplendor de la población ya que junto al pujante desarrollo empresarial generado por la influencia hegemónica de la ‘Grenada’, también se incrementó la importancia y el prestigio institucional del poblado, llegando incluso a ser elevado a la condición de Municipio, en 1950, con el nombre de Pepillo Salcedo, honrando así al prócer de la guerra de la Restauración (1863-1865) y Primer Presidente de la 2da. República, José Antonio Salcedo.
La playa y el puerto conservaron el nombre y, por fuerza de la costumbre, el nombre de Manzanillo se ha mantenido en el habla común de la gente.
La población se vió de pronto convertida en punto de convergencia, visitado continuamente por gentes procedentes de todo el país y el extranjero, movidas por las operaciones comerciales y de exportación, generadas con la instalación del puerto, así como por las atracciones turísticas representadas en sus playas y su atrayente litoral costero.
La caída de la tiranía trujillista, en 1961, así como la ulterior desestabilización económica en que quedó sumida la Nación en los años subsiguientes significaron el colapso para la continuidad de la Grenada, empresa monopolística de negro historial en la mayor parte de los países en que se insertó y vio crecer sus fabulosos caudales.
Asociada, por lo general, a regímenes represivos y dictatoriales, a quienes le unían escandalosas componendas en las que nadaba el espectro de la corrupción, la compraventa de conciencias y favores institucionales, con la caída del “Jefe” la entidad extranjera vió llegar el final de sus días de disfrute de prebendas y ‘facilidades’, provenientes del tren estatal, y terminó cerrando las operaciones de producción y exportación de banano en el país.
Los terrenos del proyecto, las instalaciones, equipos e infraestructura pasaron a ser controlados por el Estado a través de diferentes instituciones y se creó el Proyecto La Cruz de Manzanillo, que, con sus alzas y sus bajas, ha venido arrastrando a cuestas un penoso historial de desatención oficial, ineptitud gerencial y administrativa y atisbos de corrupción, que constituyen un penoso rosario de calamidades.
A pesar de arrastrar un sinnúmero de deficiencias que dificultan su operatividad, y ponen en peligro la seguridad de las naves que atracan en su muelle, gracias a su excelente ubicación el puerto sigue siendo usado como el más adecuado para canalizar el flujo de las exportaciones de una serie de rubros agrícolas producidos en la región noroeste y parte del Cibao Central, entre las que se cuentan, además del banano, melón, mango, limón, plátanos, aguacate y cocos secos, entre otros.
Para citar un ejemplo, en el caso del banano, el negocio ocupa mas de 160, 000 tareas cultivadas, envuelve a más de 193 productores y beneficia a mas de 25,000 trabajadores, lo que constituye contundentes motivaciones para que el gobierno enfoque su atención en garantizar las necesarias reparaciones que ameritan las instalaciones del puerto.
Con todo y el efecto de estos desalentadores aspectos, Manzanillo sigue irradiando el mismo encanto y atracción que le conocimos desde los años de infancia.
Todavía siguen allí las casitas de los funcionarios y altos empleados de la ‘Grenada’, con su curiosa arquitectura extrapolada a estas tierras desde otras latitudes y otras culturas, con sus techos elevados, sus extensos patios sembrados de garbosos cocoteros y paredes medianeras de altura reducida, reforzadas con piedras vivas. Nuevos dueños disfrutan de sus comodidades, agregándoles a sus estructuras y fachadas el toque personal y las adaptaciones que se correspondan con los gustos particulares y las exigencias de los ‘aires modernos’.
El pomposo campo de golf, proyectado para contribuir a hacer más apacibles y llevaderas las vidas de los jerarcas de la compañía y sus invitados, lejos de sus lugares de origen, languidece fruto de la incuria y el descuido, a la vista de curiosos y visitantes y del grueso de una población apegada a otras disciplinas deportivas mas excitantes y envolventes. En contraste con ello, grandes contingentes de bulliciosos y enardecidos fanáticos del béisbol o del baloncesto –entre otros- abarrotan a diario las graderías de las instalaciones en que se practican estos deportes, en apoyo a eventos locales o regionales.
Las calles inundadas por la finísima arena propia de la zona nos recuerdan, a cada paso, la naturaleza costera de este pueblo que ha crecido apegado a la playa y de cara al mar. Sin embargo, el grueso de las vías interiores y la carretera que empalma con Copey ofrecen una deplorable imagen de descuido y deterioro, provocados, más que nada, por el tránsito continuo de atronadoras volquetas, camiones y patanas, en ruta hacia el puerto, en labores de trasiego de Klinker y otros rubros importados por la empresa Cementos del Cibao, para ser empleados en la elaboración de sus productos.
Además de poner en riesgo la seguridad y la vida de los transeúntes, por el paso indiscriminado de estas bulliciosas e infernales maquinarias, esta práctica pone en evidencia un descontrol en la vigilancia y aplicación de cargas impositivas y reglamentaciones municipales que establecen rutas especificas para el desplazamiento de estos vehículos, fuera del área estrictamente urbana, sin afectar, innecesariamente, a la población y sin destruir las de por si maltrechas callejuelas de este poblado, que debe ser, antes que nada, un remanso para el descanso y el disfrute turístico.
Sobreponiéndose a los dañinos efectos de la deforestación, la contaminación y la caza inmisericorde e ilegal de especies protegidas, las extensas lagunas y manglares que bordean el poblado por el noreste y el suroeste siguen siendo hábitat natural para una significativa población de flamencos, garzas reales y otras aves migratorias de hábitos marítimos. Y entre los infinitos e intrincados caños poblados por mangles y las lagunas que dejan a su paso las continuas avenidas de los ríos Masacre y Chacuey, sobreviven diversas variedades de peces, moluscos y crustáceos, y de tiempo en tiempo pueden avistarse algunos ejemplares de importantes especies endémicas en peligro de extinción, como lo son el Manatí y los Cocodrilos, que, al decir de los lugareños y algunos zoólogos y naturalistas que les han seguido de cerca los pasos, en el pasado se contaban por centenares, en estos lares.
Los caseríos de pescadores, casi hermanados con el oleaje del Atlántico, en conjunción sublime con las terrosas aguas del Masacre, ostentan, como siempre, sus humildes y desprotegidas fachadas, clamando al cielo por auxilio para sus ocupantes. Y estos recios hijos de las aguas, sin doblegarse ante las adversidades del diario vivir, siguen remontando las olas en sus yolas y lanzando sus redes a la inmensidad de las aguas, en busca, quizás, del anhelado tesoro que les supla sus infinitas carencias.
Hierros retorcidos, rieles desarticulados que no conducen a ninguna parte, traviesas podridas. Viejas señales que ya no tienen a quien guiar. Todo un emporio venido abajo, aplastado por el polvo y arropado por la ineptitud.
Las calles del Manzanillo de hoy, con la esperanza de progreso pintada en el rostro de núbiles adolescentes que se nos cruzan en el camino, por las calzadas del Parque Central, nos reafirman la confianza en la infranqueable capacidad y coraje de nuestros pueblos para levantarse de sus yerros y caídas. Pasando balance a las inagotables cualidades que tiene –y seguirá teniendo- el puerto, dada la profundidad de su bahía y la adecuada ubicación en la ruta hacia mercados europeos y de norteamérica, pienso que Manzanillo debe mantener el norte fijo en el logro del desarrollo basado en una correcta utilización de su puerto marítimo y ser un celoso intransigente de sus reservas naturales y ecológicas.
En ese tenor, hay que estar ojo avizor con los ‘cantos de sirena’ que ofertan el salto al desarrollo a cambio de convertir las playas en un estercolero de desechos tóxicos (recuérdese el felizmente fallido caso del ‘Rokash’), o en una peligrosa bomba de tiempo como ha quedado convertida la población de Haina a consecuencia de la dañina presencia de la contaminante Refinería ‘Dominicana’ de Petróleo.
Y es que, por lógica, una adecuada apuesta al desarrollo no puede estar cimentada en poner en riesgo la salud y vida de la población o alterar el hábitat natural de las especies de la flora y la fauna locales, porque, para los que no lo sabían, como parte que son del universo, éstas tienen, como los seres humanos todo el derecho a existir.
“Ciudad Turística”, Mega –Puerto, Zona Franca o de Libre Comercio, Aeropuerto Internacional, apoyo a la agricultura y a los medianos empresarios, apoyo efectivo al turismo, (…); medidas enérgicas del gobierno en el orden de las ejecutorias institucionales, captación de ayudas de organismos extranjeros, en apoyo a las comunidades empobrecidas y en vías de desarrollo, (…)
Proyectos y palabras que vienen y van, zarandeados y transformados cada cuatro años, acorde a las estrategias, los ‘socios’ envueltos y las supuestas bondades que habrán de derivarse de su implementación y el beneficio que recibirán sus moradores de las comunidades envueltas.
Todavía falta mucho por hacer. Pero, mas que planificar, hay que comenzar a ejecutar, ya!!
Así divagando, hemos llegado a la playa, a los mismos escenarios en que de pequeños chapoteábamos en las frescas y espumosas aguas, bajo las vigilantes miradas de nuestros mayores. El ronroneo amistoso de las cristalinas oleadas acuosas nos saluda mientras procedemos a mojar en ellas nuestros descalzos pies, exhaustos de caminar rememorando recuerdos por los rincones de este pueblecito de románticas tardes crepusculares.
Más adelante, habiendo descargado en las salitrosas corrientes del océano el pesado fardo de la deuda emocional que teníamos pendiente con Manzanillo pudimos entonces proceder a extasiarnos en las delicias del presente. Y con el auxilio y las atinadas recomendaciones de los atentos y serviciales empleados del Típico Coconut Restaurant, nos concentramos en disfrutar las ricuras de su oferta culinaria y la envolvente y contagiosa música vernácula proveniente de los altoparlantes del lugar.
La mirada intenta atrapar, a lo lejos, los últimos rayitos del sol, que sin dejarse vencer por el cansancio, marcha a pasos acelerados rumbo al poniente, a continuar llevando luz y esperanza a las gentes de otras latitudes.